lo que ellas quieren

Resulta que había un chico en mi mismo nivel, un chico petisito y muy flaquito, poco agraciado, con un tatuaje muy feo y algo borroneado en el cuello, que de vez en cuando cuando hablaba hacía el gestito rollinga, pero no en chiste ni nada así, sino sencillamente porque le salía con total espontaneidad. Ese chico a veces me decía de hacer la clase con él, pero a mi no me gustaba porque era -es- mucho mejor que yo y lo hacía -hace- demasiado bien. De chico había tomado clases de folclore, muchos años de folclore, como siete u ocho, porque su vieja, harta de que el nene le rompiera las bolas los fines de semana, lo mandaba al club del barrio o algo asi para que el mocoso aprendiera cosas y se juntara con los de su edad. En otras palabras, para que rompiera en otro lado. El punto es que, no sé si a causa de todos esos años en su infancia o por gracia divina me encontré un día después de algunos meses sin cruzármelo con que el chabón había pasado volando todos los niveles hasta llegar al último.
Desde que lo volví a ver nos encontramos después de la clase y bailamos un rato. Nunca puedo seguirlo, pero me gusta bailar con él porque se mueve muy bien y aprendo mucho. Así no más. Según Luz, este chico gusta de mí, cosa que a mi no me parece del todo, no me termina de cerrar ni me convence. Prefiero pensar que a este talento le gusta mi gracia natural y mi belleza de espasmo. De todas maneras tengo que admitir que hasta ahora el que me buscaba era siempre él, él era el que venía después de clase y me agarraba y me llevaba a la pista y a mi me parecía genial, porque en definitiva la paso bomba salticando al lado suyo, aunque sea salticado y no baile porque de seguirlo a Marcos bailando estoy a años luz.
Esta rutina siempre me pareció natural. No podía ser de otro modo. Era recíproco, sólo que él asumía el rol de la iniciativa y yo el de aceptar gustosa. Pero hace un par de jueves que la cosa es algo diferente. Al principio lo nuestro duraba tiempo indefinido. Más bien, duraba hasta que yo decía basta, hasta que no aguantaba más el papelón de trotar al lado suyo o el mareo o el cansacio o el dolor de pies o lo que fuera y dijera basta. Pero hace unas semanas terminó un tango, me paró en seco y me dijo bueno, chau, te dejo que me esperan, chau. Tengo que admitir que no me la veía venir. En el fondo soy un poco egocéntrica y la verdad la verdad es que yo a los plantones mucho no me los banco. No soy una persona tan fuerte: necesito que me busquen, me alaben y me amen para poder decir este es un pesado, este me gusta, sí, no, no sé, pero para ser yo la que lo diga al fin. Sí, también soy un poco perversa, pero creo que eso no es novedad.
El punto es que a ese parate en seco le siguieron otras situaciones rayantes a lo fatídico, comentarios como: chau, me voy a buscar a mi pareja (-de baile, aclaro el contexto-) o: uno o dos y te dejo porque la otra vez se ofendió. Pero el jueves pasado fue el colmo.
Nos cruzamos y me saludó. Él estaba con ella, se llamaba Angie. Ah, le dije, yo también soy Angie. ¿Pero sos Angie Angie o sólo te dicen así? Bueno, no, en realidad me llamo Ángeles, pero mucha gente me dice así. Ah, no, yo soy Angie, me llamo así.
Nos saludamos todos entre todos. Marcos, Luz, Angie y yo, la Angie que no es, y cada uno siguió su rombo. Luz y yo nos sentamos en la mesa que nuestro amigo virutero vanguardista de la salsa Johnatan se había conseguido y ellos dos se fueron a su propia mesa. Pasó el rato, terminaron las clases, abrieron la pista y vi que el pibe no estaba viniendo. Aclaro que como está en un nivel superior siempre toma la clase en otro piso, osea, no es sólo de chica dificil o sumisa que lo espera y no hace nada. De todos modos esa noche se estaba tardando un poco y no sólo eso, yo estaba un poco paranoica porque asumí que esta noche me quedaba sin pro para gastar la pista y no sólo eso, porque en cuanto lo vi asumí que efectivamente mis sospechas se realizarían, que efectivamente Marcos me iba a cambiar por otra.
Luz me tomaba para la chacota, como corresponde, y decía, qué bien la hiciste Marcos, ahora quién persigue a quién. A ver, no es que yo estuviera de acechadora, solo estaba un poco paranoica y un poco herida. Un poco, digamos, sí, y no me sonrojo, un poco celosa, y todo eso me llevó a pensar que es sólo una cuestión de apretar el botón indicado. No hay ninguna ciencia, no hay ningún arte de seducción, es sólo cuestión de darle al punto, y el punto, la verdad, no es ningún Dorado, no es ningún reino hundido en el mar, ningún tesoro perdido. Sólo hay que saber manipular apenas, con mucha sutileza y elegancia el orgullo. Insinuar que uno está en el mercado, que cotiza en bolsa, que figura en Forbes. Provocar por un momento el miedo a la pérdida, a que te cambien, a que prefieran a otra. Chupate esta mandarina, ¿quién no se doblega ante eso? ¿a quién no doblega los celos aunque más no sea por un instante?
Después de un rato vino Marcos y bailamos y me paró en seco y se fue con ella. Pero después volvió y me volvió a dejar y volvió, pero al final volvió siempre. La otra debe haber pensado igual. Se fue, volvió, se fue, volvió. Pero al final siempre volvió para Angie, la no Ángeles, y para Ángeles, la no Angie, al final siempre estuvo, siempre, volvió, al final nadie abandonó a nadie o por lo menos no por ahora. Que se vaya con la otra si quiere, que me pare en seco y se vaya con ella: no importa mientras después vuelva; todavía quiero a mi pro para gastar la pista.

(Es sólo cuestión de no convertirse en un Otelo)