jueves, 2 de agosto de 2007

vacaciones de invierno





Las vacaciones de invierno son un pequeño oasis en el calendario académico. No hay semana en mayo, junio, en los primeros días de julio, en la que un estudiante no piense en estos días de libetad, de bendita gloria, de salidas, de amigos, alcohol, sexo, drogas y rocanrol. Ahora bien, como todo oasis, las vacaciones de invierno no son más que un espejismo. Un espejismo existencial, un espejismo de lo que todo estudiante quisiera ser: una persona culta y divertida, inquieta, urbana. Sin embargo, año tras año al llegar la añorada (y mísera, por cierto) semana de vacaciones el estudiante se encuentra cada vez con la misma horrorosa realidad: un adolescente siniestro y vago que durante diez días no hace más que hurgar su ombligo en busca de pelusa, ver tele y andar por la vida con el pelo sucio. Horror, entonces: ¿esto soy yo? ¿asi soy cuando nadie me mira, cuando nadie me obliga a nada? ¿yo no era culta, divertida, inquieta, moderna? "¡NO, señorita!" me responden las vacaciones "¡Usted es una pajera!"

Pero ¿es mi culpa, acaso?
Mi filosofía de vida es diferente. Las vacaciones de invierno fueron hechas por el Señor para hacer fiaca. Las vacaciones de invierno son el merecido domingo del primer cuatrimestre. No se puede disociar las vacaciones de invierno de la fiaca porque una y otra son solo una.
Las vacaciones de invierno son para dormir la siesta hasta el olvidar el cuándo cuánto dónde cómo por qué.

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